sábado, 10 de marzo de 2012

EL HOMBRE SOLO

La lluvia ha dejado de caer; se alcanza a escuchar el intermitente sonido de las gotas que escurren de los árboles y tejados empapados.
Un aire frío corre por las calles, colándose por las rendijas y los agujeros mal tapados de las paredes de tablas deterioradas por los años.
Amanece.
Dentro de su cama el anciano sabe que va siendo hora de ponerse en pie. Afuera un antiguo farol ilumina con luz mortecina la penumbra que comienza a retirarse.
El cielo comienza a vislumbrar la luz del sol que tras las montañas avanza inexorablemente.
La calle, empedrada y dispareja, luce brillosa por la humedad. En sus extremos corren pequeños hilos de agua que, silenciosamente buscan la parte baja del pueblo.
El viejo se sienta en la orilla de su camastro, rasca las llagas dejadas por parásitos que se alimentaron de su sangre durante la noche. Su larga melena y su barba alborotada y encanecida, lo colocan en una nicho social olvidado. Mira sus pies huesudos y observa el color amarillo de sus uñas hace ya muchos años invadidas por los hongos.
Tose un par de veces. Se incorpora, descalzo da unos pasos sosteniendo con la mano izquierda la cobija con la que se tapara durante la noche, se detiene y voltea hacia la cama.
- ¿Saldrás de una vez?
Debajo de la cama emerge un viejo perro de mediano tamaño, mira al hombre con respeto, se estira y se sacude el frío de la noche.
El senil hombre rasca su cadera.
- Tus pulgas no me dejaron dormir bien.
Se acerca a una improvisada estufa hecha con una cubeta de lámina, sopla a las brazas que se animan con el aliento de vida. Coloca algunas astillas de madera y un viejo cuenco de peltre con agua sobre éstas.
- Ahorita está la sopa.
Se dirige hacia una silla junto a la cama, colocando sobre ésta la ropa del día. Toma sus botas de debajo de la cama y las escupe en le empeine tallándolas después con un vetusto trapo sucio.
El viejo se viste, afuera el día ya es inminente, algunos faroles comienzan a apagarse, la montaña se rebordea con la luz del amanecer, ya no se escuchan más gotas de agua caer, pero el canto de los gallos reverbera en todo el pequeño pueblo.
Dentro del pocillo, el agua hierve, una mano vieja, de uñas resecas colocan un pedazo de piloncillo, canela y avena.
El viejo se peina con un cepillo que tiene tantos dientes como su dueño, un pedazo de espejo refleja un rostro surcado por arrugas y cicatrices de peleas, hace mucho tiempo enfrentadas.
La lata hierve su contenido, el perro, desde el suelo la mira relamiéndose y moviendo la cola. Con un trapo es retirada del fuego y servido en dos platos colocados en una tabla anexa al fogón. El viejo mira al animalito.
- Espera a que se enfríe o se te caerán los dientes.
Junto a la piesera de la cama, hay una mesita, el hombre toma un cuaderno sobre ésta y lo coloca en la cama; lo abre y comienza a observar la lista de nombres en él, lo cierra y mira al perro.
- Solo nos quedan veinticinco.
Toma los platos y le ofrece uno al perro que sin demora comienza a alimentarse, mientras el viejo toma una cuchara de plástico reutilizada ya muchas veces.
- Un desayuno de campeones.
Mira hacia una de las paredes y un calendario señala la fecha actual, remarcada con color rojo, un brillo humedo se ve en sus ojos.
El sol se alcanza a ver tras la montaña, sus rayos llegan a las primeras casitas del pueblo y se puede ver el avance en la sombra que recorre las calles. Algunos niños que se dirigen ya a la escuela corren tratando de dar alcance a la línea de luz, sin lograrlo.
La puerta de la casita se abre, el viejo sale, camisa y pantalón limpios, cinturón fajado, chamarra de pana, botas negras y sombrero de ante gris; camina apoyado de un bastón de antiguo porte.
Por las calles todos lo saludan y él levanta la mano en respuesta a la cortesía.
Da vuelta a la esquina y se enfila hacia la escuela. Varios niños lo miran y comienzan a gritar corriendo por todos lados.
- ¡Ya viene el maestro!
El hombre se dirige hacia el salón de clases, en los antiguos pupitres se colocan los niños dispersos, él observa al grupo.
- ¿Dónde está Raúl?
Uno de los niños levanta la mano.
- Su papá lo llevó a la cosecha de café.
El viejo toma su cuaderno y coloca una marca en ella.
- Veinticuatro.
Afuera el perro mordisquea un hueso que uno de los niños le ha regalado; durante el recreo los niños juegan y el viejo se sienta en una silla, come un tamal que le ha sido enviado por la mamá de uno de sus alumnos. Mira la montaña; el sol ya se acerca al zenit y la ilumina. De la bolsa de su camisa extrae un sobre con el emblema de la Secretaría de Educación. Dentro una hoja titula el asunto.
“Notificación de jubilación”
El perro descansa a su lado los pocos años que le quedan.
- ¿Quién será el nuevo maestro?
Mira a los pequeños que corren por todos lados tras un viejo balón o unos tras de otros.
Unos pasos presurosos traen a una señora de adusto aspecto que se coloca tras él.
- Profesor, llegó su suplente.
El hombre baja la cabeza y añade.
- Gracias. En un momento voy.
La mujer se retira, el hombre mira la montaña y a los niños corriendo de aquí para allá; se incorpora y se dirige a la dirección. Mañana, será un hombre sin un fin, ya no será un maestro, será un hombre solo.
J. M. Cabrera

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